La reconstrucción social e institucional a partir del respeto a la tradición- entrevista de Jean Robert al ayudante municipal de Tlaltenango, Cuernavaca, Morelos
Comentarios sobre las comunidades, los pueblos y las ciudades: la urbanización en expansión continua y la muerte de la identidad.
JEAN: Me parece importante primero situarte en el tema. ¿Cómo se llama tu
puesto y cuál es el espacio donde lo desempeñas?
DANIEL: Soy ayudante municipal del Poblado de Tlaltenango. En Cuernavaca
hay 12 poblados originarios, cada uno con su ayudante municipal.
JEAN: Tu hablas de pueblos originarios. La ayudantía es una especie de autoridad
de los que fueron pueblos, porque esas 12 ayudantías representan
12 pueblos que se integraron a lo que es el municipio de Cuernavaca
DANIEL: Bajo los reyes españoles de la familia Hasburgo, se forman las repúblicas
de indios que cuando ven que a los indígenas les gustaba tributar....
consideraron que era saludable dejarlos igual, sólo que en lugar de seguir
tributando al Tlaltoani de Tenochtitlán, deberían pagar tributo a los españoles.
(Aquí hay un “non sequitur”, un brinco de una idea a otra). Es así la trasformación
de lo que ahora es la Ayudantía de Tlaltenango, es una autoridad
de elección directa, es lo más cercano a la gente.
JEAN: Tienes una lectura histórica pero también hay una lectura de tendencias
modernas que se reproducen en todos los países del mundo, ricos o,
como mal se dice, “en vías de desarrollo”...Las unidades que llamas pueblos,
en otros países las llaman barrios. Este proceso de urbanización de zonas que
fueron pueblos tiene nombre en la teoría del urbanismo, es la conurbación. El
término fue lanzado en 1915 por Patrick Geddes, un biólogo escocés quién
por el uso excesivo del microscopio, estaba perdiendo la vista, por lo que
cambió de actividades y se dedicó a ver las ciudades con un ojo de biólogo.
Antes de él, los que se interesaban en la ciudad la veían como colección de
edificios, los unos muy bellos, con muchas obras de arte, pero no se les hubiera
ocurrido verla como una especie de organismo vivo. No les interesaba
el término de evolución, él que Geddes escogió para su libro: Ciudades en
evolución. En él nota que la mayor parte de las ciudades modernas sufren
un proceso de pérdida de diferenciación entre sus partes así como entre la
ciudad y el campo: todo se vuelve “igual”, o mejor parecido.
El campo aledaño a la ciudad se está urbanizando. Un amigo mío lanzó el
término de reurbanización para definir un proceso de indiferenciación cuyo
resultado no es ni realmente rural ni realmente urbano. Cómo biólogo, Geddes
no podía ignorar que el mismo cáncer es un proceso de indiferenciación
entre células otrora diferenciadas. Observó que muchas ciudades sufrían una
especie de “cáncer de las ciudades” que es lo que él llamó la conurbación.
Hubiera que recordar esto a los que promulgan “leyes de conurbación”.
Hablan en realidad de “leyes de cancerización” (o indiferenciación de los
tejidos urbanos). Repitámoslo: este “cáncer” de los tejidos urbanos se manifiesta
en que:
1. se están borrando las diferencias entre la ciudad y el campo
2. se están borrando las diferencias entre los barrios
En el siglo XIX, los barrios de la mayor parte de las ciudades estaban aún
bien diferenciados. Había barrios de varios tipos de artesanos, barrios cuya
población provenían de la misma provincia. En Paris es todavía popular una
vieja canción en honor a un barrio de la ciudad, que se llama “Ah qu’il était
beau mon village”, “cuan bello era mi pueblo”.
Ésta pérdida de diferenciación de los tejidos urbanos es casi universal.
¿Por qué? porque hay fuerzas económicas, porque hacer desaparecer
diferencias entre la ciudad y el campo y entre los barrios de la ciudad resta
poder a la gente sobre su entorno vital y permite realizar grandes ganancias,
por ejemplo mediante la manipulación de los títulos de propiedad o de los
usos del suelo.
Eso –la indiferenciación y la manipulación de los usos del suelo- era parte
del conflicto en torno del Casino de la Selva en los años 2001 y siguientes.
Aquí sería importante enfocarnos en estas dos vertientes: la historia de nuestra
ciudad y cómo está afectada por el movimiento de conurbación.
Y tú, Daniel, quizás deberías tratar de definir tu posición en este conflicto. Eres
alguien que quisieras defender los derechos de la gente, con más precisión,
del pueblo de Tlaltenango.
DANIEL: Lo que llamas la pérdida de diferenciación y que llamo la pérdida
de identidad es lo que nos viene a dar al traste.
Desde los tiempos de la Invasión se inicia una larga historia de despojos, a
veces con algunas compensaciones que ahora existen cada vez menos. La
Invasión misma es un gigante despojo.
Con Lázaro Cárdenas – una de tantas compensaciones al despojo invasor -
los habitantes de los pueblos tuvieron acceso a la tenencia de la tierra. Pero,
en menos de cincuenta años, la mayoría de los que se vieron beneficiados
vendieron sus tierras.
Si queremos hablar de restitución de tejidos urbanos, que son lo que hoy
se llama tejidos sociales, hay que partir de lo que aún tenemos. Tenemos
un común denominador que es la tierra, eso es un buen punto de partida.
Ahora, no hay que romantizar. La composición demográfica de Tlaltenango
ha cambiado, en parte por manipulaciones. Los herederos de los que fueron
comuneros – con escasas excepciones, ya no cultivan sus parcelas. Las
rentan, o, peor, las venden o las han vendido. Han pasado de ser propietarios
de su tierra a ser prestadores de servicios. Cuando antes eran comuneros
(propietarios colectivos), ahora son jardineros, limpiadores de albercas, cuidadores
de casas…
Se pierde la diferenciación. Por otro lado: ahí está Tlaltenango, vivo a pesar
de todo. La nueva realidad de Tlaltenango es que el relevo a los que fueron
comuneros – hablo del espíritu de lucha por nuestro barrio – pasa por habitantes
más recientes, gente oriunda de otros barrios, hasta de otras ciudades
que tienen, algunos 50, 40, otros 30 o 20 años acá y que consideran que este
acá se ha vuelto su lugar, el lugar, entre todos, que tienen que defender, por
el que tienen que luchar.
Esto es Tlaltenango hoy, una comunidad en solidaridad por opción más que
por nacimiento. Una comunidad que quiere mantener algo de su identidad,
aun siendo inmersa en la mancha urbana.
JEAN: cómo los llamas, a estos nuevos tlaltenanguenses?
DANIEL; Estamos usando “pobladores”, ya no se puede hablar propiamente
de comuneros, debemos buscar nuevas formas.
Otro común denominador, y en este sentido no puede ser la genética, sino que
es la tenencia de tierra (¿?¿?¿?). Será miembro del pueblo el que pugne por
la solidaridad comunitaria. Ahora si eres heredero de comuneros y vendiste tu
tierra, ¿con qué calidad moral vas a defender lo que ya dejaste perder?1 . Te
puedes llamar mexicano, pero ¿cómo defender lo que has vendido?
JEAN: Con la palabra identidad, abarcas tanto la fiesta tradicional de
Tlaltenango, la feria, como las relaciones diarias entre vecinos, el saludarse
en la calle, los pequeños actos de solidaridad. En este sentido acepto el concepto
de identidad. Tú hablas de una lucha. Una lucha que es originalmente
de comuneros que estaban defendiendo sus derechos de posesión y de trabajar
la tierra. Pero casi ha desaparecido la posibilidad de cultivar. Me imagino
que muchos han vendido sus tierras porque ya era muy difícil cultivar su tierra.
Yo te preguntó si esta discusión sobre la identidad no se podría argumentar
también “filosóficamente”. Vamos a ver. Aquí vive un conjunto de gente que
tiene 20, 30, 40 y hasta 50 años viviendo aquí y defendiendo Tlaltenango
cuando es necesario, como por ejemplo doña Anita Oliveros. Estas personas,
¿no han adquirido el derecho de decir “soy de aquí”? Lo que se debe reformular
entonces es la relación del poblador con la tierra, o con el territorio. La
“filosofía”, si aceptas esta palabra que puede parecer pretenciosa, puede
ayudar a redefinir la relación con el territorio, o, mejor dicho, con el terruño,
que es tradicionalmente el pedazo de tierra donde enterraron mi ombligo.
Ahora, estamos hablando de pobladores cuyo ombligo esté enterrado en
otra parte, pero que sí, se sienten “de acá”. Estos “neo-tlaltenanguenses” son
ciudadanos preocupados por los asuntos de su ciudad: de su polis decían
los antiguos griegos, y de ahí viene la palabra política. No quiere vivir en una
democracia ficticia donde todas las decisiones se toman en la cúspide. La
Iglesia católica tiene aquí un buen concepto, el concepto de subsidiaridad,
que dice que nunca hay que transmitir a un eslabón superior, las decisiones
que se pueden tomar aquí, por ejemplo en este municipio, porque aquí haya
capacidades para tomarlas. Muchas decisiones que se toman en lejanas
cúspides se deberían tomar aquí, donde nosotros estamos, abajo, dónde
esas decisiones tendrán efecto, donde hay ciudadanos con las ganas de
llevarlas a cabo.
La mayoría de los habitantes de Tlaltenango ya no se definen mas como indígenas.
Creo que se ven a sí mismos como gente que vive aquí y que quiere
defender su territorio, creo que el concepto fundamental de esa identidad
es el territorio. Lo que se trata de redefinir es la relación entre los habitantes y
su territorio.
DANIEL: Pues sí, estamos buscando lograr esa relación de poblador con el
territorio, entendiendo éste (dentro y más durante la feria) como el espacio
geográfico donde hay un intercambio religioso, económico, cultural, social
y se vuelve esto importante en lo que estamos viviendo en esta época de
desintegración del tejido social y también del tejido institucional. Se vuelve
política y simbólicamente importante que la ciudadanía podamos compartir
un territorio, o un “terruño” como dices. Este “terruño” es para la gente, es
falso pensar que es únicamente para vehículos. No, no es un simple lecho de
circulación para los automóviles, es también un espacio de comunidad, donde
la gente debería poder caminar en banquetas seguras, reunirse en plazuelas,
y hasta transformar parte de su territorio en un lugar de fiesta, diez días al año.
Que durante estos solo diez días, se le pueda seguir dando uso a ese territorio
para estos intercambios, este entrejuego de factores económicos, sociales,
religiosos y culturales es, para mí, primordial para la defensa de los tejidos
sociales. O para su reconstrucción, como se dice cuando ha desaparecido
o está amenazados. Yo soy de opinión que hay aún mucho que defender.
Es precisamente de esto que se trata, vincular al espacio público En esa lógica,
el hacer nuestro el espacio público, hay necesariamente una connotación
religiosa. En lo que pasa en Tlaltenango, estoy convencido de que lo religioso,
si está, es una parte importante, pero se vislumbran otros horizontes más allá
de cuestiones que nos pueden generar esta atracción hacia nuestro territorio.
Y aquí creo que efectivamente hay un problema. Se dice fácil que es “por
culpa de lo político”, pero yo diría que es más bien por falta de política bien
entendida, como interés por la “polis”, la ciudad, el pueblo, o el barrio donde
nos toca vivir. Hay muchos “politiqueros”, lo que falta son verdaderos políticos,
entendiendo como políticos a las personas que abogan por las cuestiones
públicas. Porque, a quienes tenemos ahora, se abocan más que nada a administrar
sus bienes particulares, o también a administrar los bienes públicos en
aras del bien particular y entonces entran por tres años y como ya no es una
carrera política sino es una carrera meramente electoral, los tiempos ya no
son para seguir transformando. Los tiempos son para ver en qué otro puesto
de elección puede tener acceso para seguir viviendo del erario público y no
para seguir transformando. Entonces es así es como se puede entender que
no haya una política municipal, y eso no sólo es en Cuernavaca, estoy convencido
que también se da en muchos de los municipios del Estado. No, no hay
una política municipal de apoyo real. Claro que ahora si, yéndonos al origen
de la palabra “política”, es una cosa tangible, que implica un compromiso
personal. Hoy, en nuestro país, habrá muchos discursos pero de mentiras. En
los hechos, no hay una política real de rescate, de fortaleza y eso es un golpe
tremendo a la Nación (diría Florescano en su libro Etnia, Estado y Nación).
La autoridad de los poblados, aquí en Morelos, se llama ayudantía municipal.
En Guerrero y en Oaxaca, los ayudantes municipales se llaman agentes. Ahí
existe la verdad de los poblados. Hay que entender que estas ayudantías,
dentro del sistema jerárquico, serán las autoridades más bajas. Pero, y esto es
lo importante, son las más cercanas a la gente. Aquí te llegan directamente
todos los problemas, porque la ayudantía es la autoridad más cercana a la
gente. En el triángulo invertido de la democracia, la ayudantía es donde se
trata más directo. Un ayudante municipal no es como con el presidente municipal
o un diputado que vas a ver si lo encuentras en su oficina.
El ayudante municipal, si no te encuentran aquí (en la Ayudantía), te encuentran
en el camino o te encuentran en tu casa.
Esta cercanía es la receta para que haya una resolución de conflicto inmediata,
lo que no puede existir a nivel municipal y, mucho menos, estatal ni
federal. Y mi experiencia me dice que todavía hay resquicios de soberanía
en esta posición, y pienso que, aunque sean resquicios, esta soberanía se
tiene que defender, porque aún es soberanía directa del pueblo. Creo que si
logramos conjuntar esfuerzos, la podemos salvar, y hasta reforzar. Yo hablaba al
principio de la necesidad de la reconstrucción del tejido social. Ahora puedo
añadir que, para que éste se lleve a cabo debe haber una reconstrucción
del tejido institucional.
Esto viene siendo le reconstrucción de una relación tal que las autoridades
correspondan a los intereses de la gente. Las ayudantías, al ser la autoridad
más inmediata y más cercana tienen la capacidad de resolver conflictos
conociendo bien a los actores y a sus circunstancias. Es desde aquí que se
tiene que partir para volver a reconstruir la institución, para que la gente pueda
recobrar la confianza en las instituciones, vuelva a participar, a tributar,
para que este pacto social vuelva a tener una vigencia. Desgraciadamente,
esto no existe en la “política real”.
JEAN: yo te oí pronunciar varias veces la palabra “tejido social”. Yo creo que
es una cosa que hay que comentar un poco Lo que se propone aquí es una
reconstrucción o quizás una construcción nueva de tejido social anclado por
un lado en el territorio, o sea es gente que se reconoce porque comparte un
territorio, es decir una identidad no se puede separar del “ser de Tlaltenango”.
Tu dijiste que los habitantes de Tlaltenango se llaman “Tlaltenanguenses”.
Tener identidad puede significar que la gente diga con cierto orgullo: “Somos
Tlaltenanguenses”. ¿Por qué? No necesariamente porque los antepasados
vivieron aquí, sino porque conocemos a la gente de aquí, la reconocemos
como nuestra gente. Es una relación de vecinos y al mismo tiempo de vecinos
en un territorio, ¿no?
DANIEL. Hay un factor más, va a ser también de una voluntad individual para
con el prójimo. O sea, no sólo porque conocemos al vecino, también va a ser el
que quiera ser, el que no quiera ser aunque tenga aquí su casa no lo va a ser2.
JEAN: ahora esta lucha por el territorio, la identidad tuya podría a primera
vista, pasar por romántico, porque ya sabemos que las fuerzas económicas
mundiales no van en esa dirección, van hacia conjuntos cada vez más
grandes, donde la gente se encuentra cada vez más “desterritorializada”,
sin raíces en un terruño suyo. Piensa en lo que nos preparan en la ciudad de
México, por ejemplo, quieren transformarla, interconectando no sé cuántos
municipios, en una unidad urbana de 40 millones de habitantes que quieren
llamar una megalópolis. Estos 40 millones de gente ya están, pero les “falta”
más comunicaciones, vías de transporte, aeropuertos, terminales de todos
tipos para que formen una sola gigantesca urbe donde puedas, por ejemplo,
vivir en Atenco y trabajar en Ciudad Satélite.
Quieren utilizar el metro que llaman “transporte verde” para acelerar esta
interconexión Lo que no dicen los planificadores de este monstruo, es que
más carreteras, autopistas, trenes rápidos y metros, significa más horas de
transporte obligatorio cada día.
En México se usa esta palabra que suena a insulto: los pend…ulares. Más
interconexión quiere decir más pendularidad. Y más pendularidad quiere
decir más destrucción del tiempo libre. Los pendulares son los que, como un
péndulo, oscilan cada día entre su palomar-dormitorio y su trabajo, con viajes
adicionales hacia la guardería donde se quedan sur hijos mientras trabajan, el
super, el cine y otras diversiones. Esto, no hay que cerrar los ojos, es el modelo
internacional de ciudad prevaleciente, hasta en China. Es malo para la gente,
porque destruye los espacios de comunidad, los territorios y la identidad, el
tiempo libre, el cansancio y el estrés destruyen la voluntad de interesarse por los
asuntos de su ciudad, es decir la política en el verdadero sentido. Transforma
los ciudadanos en zombies. Pero lo que es malo para la gente, es bueno para
el capital, para los negocios. Permite por ejemplo las grandes concentraciones
comerciales, habitacionales, industriales que permiten macro-ganancias en
pocas manos. Claro que aquí no estamos todavía en Macrópolis, pero no hay
que cantar demasiado rápidamente que nos salvamos. Cuidado: la Macrópolis
del Valle de México, como un pulpo, puede un día crecer un tentáculo hasta
aquí para absorbernos, y hubiera que preguntarse seriamente si no existen
indicios de que ciertas tendencias de la política federal podrían, quizás, ir en
este sentido de “lo macro por lo macro… o “lo macro al servicio del megacapital”.
Son preguntas que me parecen “estar en el aire”.
Aparentemente usted, Señor Ayudante municipal, parece oponerse a estas
tendencias, “estar nadando contra la corriente”. Es admirable, valiente, ¿pero
no es un poco… quijotesco? Sólo te puedo decir que estoy contigo y que cada
vez más ciudadanos están contigo, en México y parece que hasta en China
donde empieza a haber movimientos sociales vigorosos, cada vez hay más
ciudadanos que entienden - en este país y en otros – que la macropólis y la
megalopolis, la pendularidad, la megalomania del capital… la destrucción de
los espacios peatonales y de las fiestas, el aislamiento de cada habitantes en
los metros cuadrados de su vivienda, su ignorancia del nombre de su vecino,
que todo esto destruye los tejidos sociales. Y te encuentras en la posición
adecuada para empezar donde hay que empezar: por lo pequeño, con la
gente, defendiendo la Feria de Tlaltenango, luchando para que haya buenas
banquetas, árboles, el Parque de Tlaltenango , creando espacio y tiempos de
convivencia, reviviendo la identidad como amor al terruño. La desaparición de
los tejidos sociales empieza con una desarticulación de las relaciones entre las
personas. Se destruye el tejido social cuando uno ignora el nombre del vecino
de piso, cuando ya no existe la confianza entre “los del Barrio”, cuando los
vecinos no mantienen amenidad que vuelve la convivencia posible, agradable,
amable, cuando la gente que se encuentra en la calle ya no se saluda.
Es aquí, en lo local y lo inmediato, donde se pueden proponer otra cosa que
los sueños de urbanistas megalómanos y de los economistas tan abstractos
que saben poner en matemática todos los secretos de la asignación de recursos
limitados a fines alternativos, pero que ignora cómo la gente pobre se
las arregla para subsistir en un pueblo o en un barrio.
Después de descartar la imagen de “romántico” que se podría asociar con
tu proyecto, podemos seguir conversando sobre asuntos reales: como está
aquí, el corazón del barrio, en medio de la gente real, prestándole un servicio
que es también servicio a ti mismo y a tu familia y, finalmente, a la gente mexicana.
Es desde aquí que se ve la necesidad de conservar los tejidos sociales
que existen, la importancia del respeto de las tradiciones, de la Feria... y otras
cosas también la de construir nuevos espacios de encuentro y de reunión. Y
esos nuevos tejidos sociales pueden ser fruto de la labor de la gente que, sin
haber necesariamente nacido aquí, tiene suficiente tempo aquí para haberse
impregnado de la atmósfera del barrio, del territorio, del terruño, la identidad,
y que está dispuesta a poner el cuerpo para defenderla. No haya aquí ningún
chovinismo: para esta gente, es legítimo decir “soy de aquí”. Lo que en los
pueblos originarios se hereda, aquí en un ambiente urbano cambiante tiene
que salir de una opción política clara. Hay gente que tiene el sentido de este
estilo de política y de vida de convivencia. Creo que es entre esta gente que
hay que buscar relevo.
DANIEL: Lo comparto, lo compartimos, nosotros decimos que vía el blindaje de
la tradición, de la Feria, también se logra el mejoramiento necesario porque
debemos ir adecuándolos, no podemos quedarnos como hace tiempo, tiene
que haber un perfeccionamiento paulatino. En la medida en que se vive
la tradición, se genera identidad y cuando se vive ésta identidad, se vive
en comunidad y cuando hay comunidad hay solidaridad y seguridad. Por
eso decimos que la Feria es, incluso, una cuestión de seguridad nacional,
como lo es el derecho al blindaje a las tradiciones porque luego - vuelvo a lo
mismo-, cuando no hay identidad se vende el agua, y se acaba vendiendo
los bosques, el petróleo, y vendes hasta tu identidad… Vendes todo.
Y sí, tenemos que retomar esta situación, Si no hay arraigo a tu tierra, a tu
“terruño”, como dices, no hay ni arraigo a la nación.
JEAN: Otro tema que veo surgir en tus declaraciones, es el tema de la unifuncionalidad
(1) versus la multifuncionalidad (2) del espacio urbano.
1. Algunos dicen – entre ellos la mayoría de los urbanistas - que cada espacio
urbano tiene sólo una función, por ejemplo circular. Según ellos, las calles
solamente están ahí para los autos, son el lecho de circulación del tráfico,
como se habla del lecho de un río. Eso es, en pocas palabras, la posición de
la unifuncionalidad del espacio urbano. Según esta posición , hay que perseguir,
sancionar y castigar todas las funciones o usos múltiples de determinado
espacio urbanos, por ejemplo, en un espacio de circulación vehicular no hay
que organizar una asamblea, menos una manifestación y hay que reprimir
hasta a los peatones, que de todas maneras, ni tienen banquetas decentes
donde caminar. Recuerdo que una vez que tuve que pasar un tiempo en
un hotel de Houston, se me ocurrió caminar hasta el correo para dejar una
carta. Un policía me interpelo: “Oiga, ¿por qué camina usted y no circula
en coche?, ¿está descompuesto?” Le explico que no tenía coche, lo que lo
sorprendió. Se despidió diciéndome: “Bueno, siga caminando, pero hágalo
rápido”. En estos años, habían promulgado en Tejas a “law against loitering”,una ley contra la vagancia, y este policía sólo cumplía su deber al interpelar
un vagante además ignorante de las leyes. Afortunadamente, en México,
todavía no estamos ahí todavía pero podría ocurrir.
2. La otra posición defiende la multifuncionalidad del espacio, es decir la
idea que un espacio urbano no solamente tiene una función, por ejemplo
la circulación. Primero, tiene también funciones ocasionales, como son las
asambleas públicas, las manifestaciones cívicas: el Zócalo se llena a veces
de ciudadanos que quieren nada más expresarse, manifestar su presencia,
su preocupación.
Personalmente yo defiendo firmemente la tesis de la multifuncionalidad del
espacio urbano que he defendido más que cualquier otra cosa en mis cuarenta
años de enseñanza del urbanismo en la facultad de arquitectura de la
Universidad Autónoma del Estado de Morelos. Y, en mi caso, se ha verificado
la autonomía universitaria, porque, aunque presentaba a mis estudiantes autores
tan profundamente subversivos de los espejismos del urbanismo oficial
como la valiente Jane Jacobs, nunca he recibido reprimendas “de arriba”.
La avenida que cruza Tlaltenango, creo que aquí todavía se llama Zapata,
según la tesis de la uni-funcionalidad del espacio urbano, es un lecho de circulación
para los vehículos, punto. Esto podrá ser su función la mayor parte
del tiempo, pero también tiene otras funciones. Por ejemplo: el paso de los
peatones. Debería tener buenas banquetas. ¿Están bien cuidadas?
DANIEL: No, pero acabamos de hacer una rampita para las sillas de ruedas.
JEAN: Y… hay la posibilidad de que una vez al año se transforme en un espacio
público, es maravilloso. Desde que llegué a Cuernavaca, más de 40 años,
nunca he faltado a una fiesta de Tlaltenango. No podría dejar pasar un año
sin pasar por lo menos una tarde en Tlaltenango. Lo que pasa en esta Feria,
es que se redescubre otra posibilidad, otro estilo de espacio urbano que en
otras épocas eran generales, cuando la calle era donde se vivía gran parte
del tiempo.
Porque antes de que hubiera vehículos de motor, todos los espacios urbanos
eran un poco lo que es el espacio urbano durante la Feria. En este sentido,
la Feria es una memoria histórica, pero también es una posibilidad política, la
de restaurar algo, en tiempos y espacios adecuados, de la multi-funcionalidad
histórica de los espacios urbanos. Como memoria de lo que lo que puede ser el
espacio de un barrio, el tener varias funciones, el tener varios usos, el volverse
ocasionalmente espacio de fiesta, la Feria tiene para mí un valor esencial.
Naturalmente los oponentes dicen: “Es que yo pierdo10 minutos o hasta 15
minutos al día durante más de una semana por los desvíos de tráfico, y esto
es ¡intolerable!”. No les creo. Creo que sus motivaciones son diferentes: son
partidarios de una tesis, un dogma, el Dogma de la Uni-funcionalidad del
Espacio Urbano. Sus argumentos prácticos son un disfraz. Frecuentemente, el
congestionamiento y otros aleas de la circulación diaria les hacen perder más
de diez minutos y no protestan tanto. En realidad, protestan para defender un
dogma casi religioso: el espacio urbano tiene una función: la circulación de
los vehículos. Defender cualquier otro uso es una herejía.
Estoy convencido de que la Feria debe seguir donde está, es su espacio histórico
desde sus inicios. Aun los que lo tratan de “herejía” debería tener algo de
tolerancia por los que piensan en forma diferente. Deberían desarrollar alguna
capacidad de tolerar rodeos durante 10 días al año en provecho de una
costumbre que refuerza los tejidos sociales que el uso compulsivo del coche
destruye. Y debería tomar en cuenta que existen vías alternativas. En un acto
de solidaridad cívica, deberían seguir permitiendo que la gente que sabe
gozar del espacio urbano, haga esa experiencia diez días al año. Defender la
posibilidad de esta experiencia en un mundo empobrecido por el dogma de
la uni-funcionalidad del espacio urbano rebasa las fronteras de Tlaltenango.
DANIEL. La Feria puede tener un efecto regenerativo dentro de un espacio
urbano cada vez más conurbado, palabra que significa originalmente cancerizado.
Durante 10 o 12 días, la Feria viene a ser como un “pulmón” que le
da oxígeno a la sociedad, el oxígeno de interacciones regeneradas y la visión
de esta posibilidad. La visión de un espacio urbano que vuelva a ser espacio
humano.
JEAN: Los espacios humanos son también espacios de conversación. Vas a la
Feria y te topas con alguien que no has visto en años, o con quien nunca te
das el tiempo de platicar. Hasta puedes invitar a esta persona a tomar una
chela, a compartir unas gorditas.
DANIEL: Hum, ya no hay chelas en la Feria…
JEAN: Otra pregunta me viene a la mente. Antes de plantearla, quiero insistir en
que hay que ser al mismo tiempo modestos y ambiciosos. Modestos, porque
sabemos que nuestros tiempos son limitados, no vamos a durar mucho tiempo
y en tu caso el puesto concluirá dentro de poco más de año y medio. Pero,
y ahí va la referencia a la ambición, me parece que puedes dar un impulso
en la dirección que consideras buena. La pregunta que quiero plantear es
entonces la cuestión del relevo. Me parece importante que esta experiencia
pudiera seguir, que haya cierta continuidad a esta cercanía con la gente y a
esta oportunidad de escucha que propina el cargo de ayudante municipal,
usando la palabra “cargo” en su sentido original.
DANIEL. Es algo difícil y además que puede ser frustrante. Por un lado, te empeñas
efectivamente a marcar un norte. Pero, por otro lado, sabes que no eres
el primero en el cargo ni serás el último. En tres años, no se puede materializar
mucho lo que anhelaste, y sí, sería bueno que un sucesor siguiera en el camino
que modestamente marcaste. Pero lo del relevo se vuelve complicado. Porque
ahí… te va un ejemplo: ¿Qué pasó cuando llegó el Sr. de la gasolinera que se
quiere poner aquí en la Pradera? Le dije tajantemente que “¡NO!”, a pesar
de que me ofrecía nada menos que una camioneta de unos 200 mil pesos.
Le seguimos diciendo que no, ni modo. Al término de la conversación me dijo:
“bueno, tú nada más duras tres años”. Como ese interés, hay otros intereses
capaces de esperar el cambio de cargo, esperando encontrar un interlocutor
menos intransigente.
Luego sacamos a la compañía Coca-Cola y permitimos que entraran los refrescos
Boing, a pesar que la Coca también ofreció un cuantioso apoyo. Pero pues,favorecer una transnacional voraz no era parte del proyecto. Estas grandes
compañías tienen más tiempo de las personas. Saben lisonjear ambiciones
personales e intereses económicos y dejar “madurar” hasta que empiecen a
trabajar. Cuando asumí el cargo, me topé con varias de estas “promesas en
maduración”, fruto de acciones politiqueras con grupos de ciudadanos con
intereses particulares, ciertos vicios arraigados desde bastante tiempo. Eso
nos vuelve la contestación a una pregunta sobre el posible relevo tan complicada.
Sea quien sea el sucesor, se va a topar con proyectos más o menos
ocultos, que en tiempos electorales se manifiestan como planillas de varios
colores. Estas planillas no son generalmente emanaciones del cuerpo político,
de los ciudadanos. Entonces, ya hay dados cargados, como se dice. Esa es la
realidad a la que nos enfrentamos. Sin embargo, estamos haciendo el mejor
equipo posible para tener el mejor trabajo que en su momento permita que
el proyecto sea gustoso para la gente, independientemente de despensas o
dádivas que se pueden dar en la elección que viene. Pero sí, comprometidos
con el proyecto para que se continúe con el relevo… ¡estamos!
La problemática es esa. Se puede llegar a ganar una elección en el gobierno,
la ayudantía en mi caso, pero no por ocupar el cargo tienes el poder de
transformar el juego político. En mi caso, hay múltiples factores que intervienen,
intereses que apenas ahorita, después de casi año y medio, se empiezan a
despejar, a quitarse la careta. Apenas, a mediado del tiempo que dura el
cargo, uno empieza a vislumbrar cuáles son los intereses que van a intentar
hacer fracasar este proyecto. A su manera, los que promueven esto intereses
particulares “visionarios” en el sentido que saben fingir desear que lo que quiere
es el poder, el sistema. Más que visionarios, son en realidad previsores. Cuando
olfatean proyectos de protección de los tejidos sociales, los obstaculizan. Eso
es la receta del ascenso a las altas esferas del poder: desde joven, una destrucción
hormiga del tejido social, para culminar, una vez bien instalado, en
la promoción de proyectos de infraestructuras desmembrando en grande, la
subsistencia de la gente sencilla y de los lugares donde viven.
JEAN: pero yo creo que uno de los puntos favorables a que haya un relevo
y por ende a que el proyecto pueda seguir es que el cargo de ayudante
municipal no es de dedo sino es de voto. La esperanza de un relevo está en
que es de elección; a lo mejor depende de que, antes de salir, seas capaz de
explicitar el proyecto, desligándolo de políticas particulares o “politiqueras”.
Que puedas decir públicamente, quizás en la próxima Feria, que encabezas
un proyecto que te rebasa, que va más allá de tu periodo y que finalmente
la continuación de este proyecto está en manos de los ciudadanos, que es
cuestión de la acción cívica.
A lo mejor se podría concluir tu periodo expresando las cosas que se lograron
y expresando cosas que faltaron. La “techumbre” que se inauguró recientemente
es un espacio público protegido de la lluvia que añade posibilidades
de organizar eventos al poblado. Hay esa cuestión del parque, una cosa que
empezó bien pero quién sabe si se pueda mantener como parque público
del pueblo. Que los votantes sientan y sepan que, como votantes tienen una
responsabilidad, una dirección política. ¿No sé si coincides?
DANIEL: Coincidimos, nuestro lema es participar te ayuda, es el logo que
manejamos en nuestras campañas. Si la gente empieza a participar en la vida
pública, en lo que nos atañe a todos, se ayuda a sí misma, ese es el tema
del gran debate. Un debate que ya es nacional, pero que va más allá. Creo
que ya se inició hace tiempo en toda Latinoamérica. Aquí en México, apenas
comienza la lucha y la pugna por una democracia participativa y por salir de
la representativa. Si Jean, coincidimos.
JEAN: Como dijiste, tu cargo es el más cercano a la gente. El presidente municipal
no tiene el contacto directo con sus gobernados como el que tú tienes
con tus vecinos.
DANIEL: Aquí es donde también lo que es la política municipal y que para
muchos se convierte uno como en un objeto a destruir, o un adversario a
vencer, porque en el momento que estás hasta abajo resolviendo muchos
problemitas, vas ganando lealtades, y lealtades reales… que si tú dices ¡vamos
a movilizarnos!, se movilizan. El presidente municipal tendrá el mejor carisma,
será un personaje muy reconocido pero a la hora de movilizar gente de carne
y hueso, o la autoridad que sea, le cuesta más trabajo porque pierden ese
contacto directo, y empieza a ver algo como celo, o también como que
empiezan a ver que, cómo estas construyendo eso, o hacer, piensan: “si yo
soy regidor y gano 10 veces más, tengo más posibilidades de gestión que si
no lo hago” y empieza el gran bloqueo. Pareciera que la política es bloquear
cualquier ápice de construcción social y que lo único que funciona es la
compra, no la acción y se genera ese conflicto.
JEAN: Quiero hacer referencia al conflicto que tuviste, incluso algo que yo vi
en un vídeo (alusión a la entrevista con Martínez Cue o la del programa radial
Choro Matutino Junio 2014). Eres un bicho raro porque no funcionas según los
reflejos de los políticos habituales.
DANIEL: Hay una diferencia entre la política y la politiquera, creo en la verdadera
política. Mi interés es la ciudad, el barrio donde vivo. Quiero tener
influencia, más que poder, en las cuestiones que atañen a este espacio, este
barrio donde vivo. Esto a mi juicio es la verdadera política. La politiquera en
cambio te pide funcionar como una ruedita en una máquina y esperar que tu
sujeción te traiga beneficios personales. Ya no quisiera entrar en cuestiones de
detalles porque eso ya lo sabemos…dar autorizaciones remuneradas bajo la
mesa para cambios de uso de suelo, ese tipo de cosas. Permitir que se haga
una gasolinera aquí, que se construya otra mega-tienda allá.
A lo mejor algunos de los ciudadanos de Cuernavaca no están acostumbrados
a ese tipo de política, están acostumbrados a la politiquera… por eso dicen:
Es más de lo mismo”, “al final son todos iguales” y surge inmediatamente la
palabra corrupción.
El no querer entrar a los juegos de la politiquera, a los juegos de la corrupción,
no es tanto una actitud “santa”, es, hoy, una acción política justa y necesaria.
Y sí, hay gente aquí que quiere otro destino para su comunidad. Creo que
es posible hacer sentir eso. Si la gente lo empieza a sentir yo creo que es una
oportunidad para transformar esta voluntad difusa de “hacer las cosas bien”
en proyecto político.
JEAN: Yo creo que estás en una oportunidad de hacer.