lunes, 23 de junio de 2014

Naturaleza urbana: cómo fomentar la biodiversidad en las ciudades de todo el mundo

Naturaleza urbana: cómo fomentar la biodiversidad en las ciudades de todo el mundo
23/06/14 Por Richard Conniff

A medida que el mundo se urbaniza cada vez más, los investigadores y alcaldes —desde Baltimore hasta el Reino Unido— reconocen la importancia de proporcionar un hábitat urbano que favorezca la biodiversidad, lo que podría ser el principio de un movimiento urbano en favor de la flora y fauna silvestres.

Hace algunos años, en la ciudad independiente de Baltimore, Maryland, personal de medio ambiente sopesó la propuesta de plantar árboles de un grupo local de ciudadanos. Pedían cinco árboles cada uno de 13 especies diferentes, a modo de arboreto, en los terrenos de una escuela de primaria en un barrio con una alta densidad de población.

Parecía un plan encomiable, tanto por el esfuerzo de los voluntarios como por los beneficios previstos para el medio ambiente y el embellecimiento del lugar. Pero alguien advirtió que casi no había ningún roble en la lista, aun cuando las 22 especies de roble propias de la zona son conocidas por sus beneficios para la flora y fauna. Los silvicultores locales, y aún menos la fauna, no podían reconocer casi ninguna de las especies que se habían propuesto en su lugar. Y para dejar clara la inconsistencia de esta lógica, la escuela y el barrio llevaban nombre de robles. Alguien planteó: “¿Por qué hacemos esto?”.

Este tipo de epifanía ocurre con bastante frecuencia últimamente en las áreas metropolitanas de todo el mundo, ya que la gente debe hacer frente al espectacular crecimiento de las áreas urbanizadas y a la correspondiente pérdida de flora y fauna silvestres. La parte del planeta calificada como urbana está en camino de triplicarse del 2000 al 2030 —es decir que estamos casi a la mitad. Mientras tanto, el 17% de las aproximadamente 800 especies norteamericanas de aves se están viendo reducidas, y la totalidad de las 20 especies de la lista de la Audubon Society de “Aves comunes en disminución” han perdido al menos la mitad de su población desde 1970.

Estas cifras devastadoras, que se repiten en todo el mundo, han evidenciado de forma alarmante que no es suficiente plantar un millón de árboles en las ciudades, cantar las excelencias de los huertos domésticos o construir tejados verdes y calles elegantes. Los árboles, arbustos y flores en esa infraestructura aparentemente verde también deben beneficiar a las aves, mariposas y otros animales. Deben proporcionarles un hábitat para reproducirse, cobijo y alimentos. Siempre que sea posible, el hábitat debe disponerse en corredores en los que la flora y fauna silvestres puedan moverse de forma segura.

Aunque a lo mejor es pronto todavía para considerarlo un movimiento urbano en favor de la flora y fauna silvestres, las iniciativas centradas en la biodiversidad urbana parece que se están poniendo de moda. El U.S. Forest Service, que una vez se tomó a broma la idea de que algo urbano pudiera ser silvestre, ahora apoya un programa forestal urbano cada vez más amplio. Los programas en favor de la ecología urbana y la flora y fauna urbanas también están proliferando en los campus universitarios. Existe el blog “Nature of Cities”, que se lanzó en 2012. Los investigadores de la Universidad de Virginia (University of Virginia) han anunciado recientemente la aparición de una red de ciudades biofílicas consagradas a integrar la naturaleza a la vida urbana, que tiene Singapur, Oslo y Phoenix entre sus socios fundadores. La investigación ha demostrado que los robles son beneficiosos para todos, desde las orugas hasta las aves cantoras.

Y en la ciudad independiente de Baltimore, los funcionarios establecen ahora que los árboles dosel, más que los árboles especímenes u ornamentales, deben representar el 80% de cualquier plantación en terrenos de la ciudad, y que la mitad de ellos deben ser robles. En una zona en la que antes los viveros locales casi nunca habían tenido existencias de robles, la gente a veces se resiste, hasta que el responsable de recursos naturales de la ciudad, Don Outen, explica su lógica: la investigación ha demostrado que los robles son beneficiosos para todos, desde las orugas hasta las aves cantoras. Incluso los peces se ven favorecidos, porque los invertebrados acuáticos se alimentan de hojas de roble del fondo de los arroyos. En ese momento, dice Outen, la reacción de la gente suele ser “¿Y por qué no lo hemos hecho antes?”.

Una de las razones es que los investigadores apenas se han puesto a pensar sobre qué fauna y flora aún existe en la ciudad, o cómo fomentar que haya más. La importancia de los robles en los estados norteamericanos del Atlántico medio, por ejemplo, chocó a la mayoría de gente en 2009, cuando Douglas Tallamy, un entomólogo de la Universidad de Delaware (University of Delaware), publicó un ranking de árboles y arbustos en función de cuántas especies de orugas albergaban. (La Royal Horticultural Society ha publicado una lista análoga para el Reino Unido.) A diferencia del roble, que alberga a 537 especies, comenta Tallamy, el Gingko, un árbol típico de las calles de muchas ciudades, hospeda solo a tres. “Pero hay el mito de que un árbol tiene que venir de la China para que sobreviva en las ciudades”, añade. A Tallamy le gusta señalar que una sola pareja de carboneros de Carolina tiene que llevar al nido entre 6.000 y 9.000 orugas para criar a una nidada de media docena de polluelos. Los carboneros de cabeza negra probablemente necesitan más. Si quieres a los pájaros, dice, necesitas a las orugas, y para conseguir las orugas necesitas los árboles adecuados. “No todas las plantas han sido creadas para ser iguales”, comenta. “Las autóctonas seguramente son más beneficiosas que las que no lo son, pero incluso entre las autóctonas hay diferencias”. Por ejemplo, aunque los tuliperos son sin lugar a dudas majestuosos, a 50 metros de altura son tacaños con la flora y fauna silvestres, ya que tan solo albergan a 21 especies de orugas. Las ciudades concentran alrededor del 20% de la biodiversidad aviaria, según un investigador.

En el Centro Nacional para el Análisis y Síntesis Ecológico (National Center for Ecological Analysis and Synthesis, NCEAS), con sede en la Universidad de California (University of California), en Santa Barbara, los investigadores han empezado a completar una fotografía mucho más detallada de lo que significan la flora y fauna silvestres. Puesto que los datos de estudio de la flora y fauna silvestres muchas veces acaban dispersados geográficamente y registrados en diferentes formatos, están confeccionando una base de datos unificada, con listas de especies, abundancia, y, en algunos casos, tipos de hábitats de la flora y fauna urbanas en 156 ciudades de todo el mundo hasta el momento.
Las primeras pruebas puede que sean más favorables de lo que se podría esperar, afirma Madhusudan Kattiel, ecologista de la Universidad Estatal de Fresno (Fresno State University). Aunque palomas, estorninos, gorriones y golondrinas comunes tienden a aumentar en las ciudades de todo el mundo, estas cuatro especies cosmopolitas no indican necesariamente que la flora y fauna silvestres se hayan homogenizado por completo. Las ciudades también concentran alrededor del 20% de la biodiversidad aviaria, según Katti, pero advierte que este dato podría estar distorsionado al alza porque las ciudades más jóvenes suelen tener más aves autóctonas, así que se podría tratar de un efecto transitorio. Sin embargo, entender lo que está pasando antes de que las especies empiecen a desaparecer ofrece la oportunidad de realizar intervenciones y llevar a cabo diseños en las ciudades para que esto no suceda.
Un nuevo estudio publicado en la revista Landscape and Urban Planning también plantea mejores maneras de entender la combinación entre la flora y fauna urbanas y el hábitat. El estudio usa a las aves como bioindicadores para otro tipo de fauna y flora porque son más fáciles de contabilizar que los mamíferos, más tímidos y muchas veces nocturnos, y porque en general están más familiarizadas con la gente. “Son activas durante el día, de colores vivos y cantan”, dice Susannah Lerman, una ornitóloga de la Universidad de Massachusetts (University of Massachusetts), y principal autora del nuevo estudio. “Así que aunque la mayoría de gente no sabe nada de fauna y flora, sí sabe algo sobre pájaros”.
Los científicos han evaluado no solo qué árboles caracterizan a los barrios, sino también cuán buenos son como hábitats para las aves.

El estudio propone un matrimonio entre i-Tree y eBird, dos métodos actuales para mantener un registro del entorno natural. Diseñado por el U.S. Forest Service, i-Tree es un software usado por organizaciones de todo el mundo para registrar datos de la cobertura arbórea, desde un solo árbol hasta bosques enteros. Su equivalente eBird, del Cornell Lab of Ornithology, es un sistema basado en una lista de control que permite a miles de ornitólogos de todo el mundo registrar sus observaciones en una base de datos central. La combinación de los dos permite a los investigadores no solo evaluar qué árboles caracterizan a un barrio, sino también cuán buenos son como hábitat para las aves, y qué aves los utilizan.

Para demostrar la utilidad de esta metodología, los coautores del estudio observaron 10 municipios del noreste de los Estados Unidos, en los que los datos sobre árboles estaban disponibles. Tenían como objetivo demostrar que la tecnología puede funcionar en una amplísima variedad de comunidades. Así que incluyeron municipios desde Moorestown, Nueva Jersey, una comunidad dormitorio de Philadelphia con una población de aproximadamente 20.000 habitantes, hasta la ciudad de Nueva York, con 8,3 millones de personas. Aspiraban a proporcionar una herramienta rápida para urbanistas para evaluar cómo una propuesta de desarrollo afectaría la fauna y flora locales, o qué barrio se podría beneficiar más de las mejoras del hábitat.

Alojar fauna y flora silvestres en las ciudades no requiere necesariamente una gran inversión, según Lerman. Puedes traer más aves, comenta, solo dividiendo vastas extensiones de césped con el tipo adecuado de arbustos, para crear estructura y variedad. Cortar estos céspedes menos a menudo —cada dos o tres semanas en lugar de cada semana— incrementa la población de abejas autóctonas y otros polinizadores. Y respecto a los comederos de pájaros, estos no hacen aumentar necesariamente la población de aves en su conjunto, pero sí que presentan un peligro significativo: pueden convertirse en “trampas ecológicas”, atrayendo aves a la muerte en una especie de bufet para gatos. Solo manteniendo los gatos dentro de casa, afirma Lerman, se podría prevenir la pérdida de miles de millones de aves en todo Estados Unidos cada año.

En el Reino Unido, los huertos comunitarios marcan una gran diferencia respecto a los insectos polinizadores. En el Reino Unido, añade Mark Goddard, de la Universidad de Leeds (University of Leeds), las parcelas, o huertos comunitarios, en zonas urbanas marcan una gran diferencia respecto a los insectos polinizadores, probablemente porque estos tienden a escoger árboles frutales y arbustos y porque las esquinas cubiertas de malas hierbas suelen ser un poco más tolerantes con los insectos que los jardines privados. La preocupación sobre del número de especies polinizadoras también ha llevado a la reciente proliferación de 60 prados de flores silvestres en las ciudades del Reino Unido, inspirados por los extensos prados plantados alrededor del área de los Juegos Olímpicos de Londres de 2012.

El nuevo estudio de Lerman y sus coautores podría haber dado involuntariamente con una improbable fuente de esperanza para la flora y fauna urbanas: el orgullo cívico y el espíritu competitivo. Su estudio observaba la relativa tolerancia a la flora y fauna silvestres en 10 ciudades muestra y reducía las diferencias a una serie de cifras que indicaban cuán bien cada ciudad alojaba nueve especies representativas. Mientras que el estudio evitaba expresamente hacer un ranking general de ciudades, para los partidarios locales sería muy fácil mirar las cifras y hacer comparaciones odiosas. Por ejemplo, entre las grandes ciudades, Philadelphia era la primera en biodiversidad, seguida de Washington D. C. Boston se encontraba bastante rezagada, pero por delante de Nueva York, y ésta superaba a su vecina del río Hudson, Nueva Jersey.

No existe una competición formal de “ciudades verdes” en este país, al menos todavía. Pero el concurso “Britain in Bloom“, patrocinado por la Royal Horticultural Society, cada vez se centra más en los polinizadores y otros criterios medioambientales. Junto con una cierta rimbombancia municipal, consigue que las ciudades y pueblos del Reino Unido se esfuercen en realizar plantaciones año tras año.
A lo mejor es una fantasía pensar que algo así podría ocurrir en los Estados Unidos, pero imagínense: ahora mismo, los alcaldes se enfrentan verbalmente por contiendas sin sentido entre equipos con nombres simplemente sacados de la flora y fauna —Chicago Cubs contra St. Louis Cardinals, Anaheim Ducks contra San Jose Sharks, Atlanta Hawks contra Charlotte Bobcats, etc., en lo que es un zoo entero de rivalidades.

Si estos alcaldes tuvieran que pelear por lo que verdaderamente importa —“Mi ciudad tiene más flora y fauna silvestre que la tuya”, “Mi ciudad tiene más espacios verdes que la tuya”, “Mi ciudad es un lugar mejor para vivir para las aves, las mariposas y las personas”— sería una competición que valdría la pena presenciar.

* Richard Coniff es un escritor ganador del premio National Magazine Award, cuyos artículos han aparecido en las revistas científicas Time, Smithsonian, The Atlantic, National Geographic, así como en otras publicaciones. Ha escrito varios libros, entre ellos The Species Seekers: Heroes, Fools, and the Mad Pursuit of Life on Earth. En artículos anteriores para Yale Environment 360, ha escrito sobre el precio de los servicios del ecosistema y sobre los nuevos avances que podrían ayudar a producir cultivos de alimentos que pudieran prosperar pese a los cambios climáticos. Ecoportal.net


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